domingo, 2 de octubre de 2011

Una nueva columna de opinión en El Adelanto. Quemando el patrimonio rural

Calcinar la belleza, sea por el interés que sea, es por sí mismo un delito. En varias ocasiones he presenciado fuegos y sus consecuencias, provocándome un sentimiento que mezcla tristeza y rencor, sobre todo si conocía la zona con anterioridad. En la Alcarria un fuego de 2.000 hectáreas provocó que en 4 días experimentara la atrocidad de un gran incendio y la humanidad de las personas que intervinieron en su extinción. Profesionales de los retenes aunados con los lugareños a los que les ardía su historia y su economía. Todavía recuerdo la sensación de ahogo provocada por el calor y las cenizas que nos llovían; el olor a monte carbonizado era absorbido por la ropa, la piel y los cabellos, permaneciendo varios días antes de desaparecer del todo.



Antes había vivido otros en Bohoyo – Ávila - y Crémenes – León - y también, tiempo después, cerca de Almazán en Soria. De este último recuerdo el silencio del pinar enlutado días después del suceso. Era como la primavera silenciosa de Rachel Carson, nada, ni un zumbido. Eché de menos el penetrante y hastiante chirrido de las chicharras que días antes superaban mis nervios. También había un segundo silencio, tras la alegría de la extinción. De él se servían los paisanos para expresar su pesar, aunque no todo era conformismo. Estaban los que blasfemaban y juraban contra el pirómano.





Verdades públicas pero encubiertas rodean la vida de los pirómanos. La mayoría de ellos son conocidos en los pueblos, pero temidos por las venganzas y los rencores. En sus razones se apela a la locura, el resarcimiento o los intereses económicos. Pero hay que llamarlos por su nombre: asesinos. Asesinan los paisajes y los recursos vitales de los paisanos, asesinan sus recuerdos y vivencias, asesinan la vida que respira en el interior de los bosques o páramos y por desgracia asesinan personas. Aquí el concepto de homicidio involuntario es un eufemismo con el que no puedo, pues casi todos ellos son conscientes de que el fuego tiene vida propia y puede terminar donde menos se prevé, o exactamente ahí, donde se prevé.



¿Qué hacer con ellos? Al margen de la aplicación de la ley es de esperar que la justicia divina o terrenal provoque en ellos cierto sufrimiento que les conduzca al arrepentimiento. Pues tal y como hemos visto la semana pasada, estos personajes suelen salir inocentes de las catástrofes que generan. El autor confeso y retractado que calcinó 1.342 hectáreas en Villarino de los Aires durante del verano de 2010 ha salido libre. La juez considera que aunque de lo actuado se desprende que los hechos investigados son constitutivos de delito, no existen motivos suficientes para atribuir su perpetración al imputado. Vamos que aunque se declaró culpable y luego dio marchas atrás, nada se puede hacer.

Quizás haya quien piense que tampoco es para tanto, que así se limpia el monte o que en breve se regenera. Quizás quien piense así no tenga un restaurante en la zona, una casa rural, un bar o sea un esforzado guía. Todos y cada uno de ellos viven del paisaje que se esfumó en poco tiempo y por tanto todos perdieron ingresos. Si a las complicadas economías arribeñas les arde el patrimonio natural y cultural ¿A quién pueden apelar? Los Arribe son sólo una bella postal, para ellos es su medio de vida.

No hay comentarios: