Corren tiempos
duros para el monte y el campo. Si siempre ha existido justificación para los
desmanes en la naturaleza en pos del progreso y el desarrollo, ahora la crisis
es el nuevo altar donde sacrificar los recursos. En esta etapa todos y cada uno
de los elementos que integran nuestros bosques, ríos, montañas o mares puede
ser monetizados, se pueden pasar a euros, igual que en un juicio se pone precio
al honor o al familiar perdido en un accidente.
La
conservación de la naturaleza ha perdido gran parte de su financiación y no me
importa en exceso este hecho, siempre y cuando los fondos restados vayan a
fines sociales. Si tengo que elegir entre la ayuda a la dependencia o la
gestión de un robledal, me posicionaré con las familias necesitadas en
perjuicio de los robles. Otra cuestión sería dónde han ido todos los dineros
que ya no hay y que nos hace tener que elegir entre dos males. Piensen en todo
lo que se ha levantado sin sentido – véase aeropuertos, macroedificios sin uso, etc. - o en los millones que han
desaparecido en tierras alpinas… y valoren
las carencias socioambientales que podríamos cubrir en este momento con
dichos montantes.
Pero ahora
debemos plantearnos qué hacer con el robledal y con aquellos que viven de él. Y
dentro de los que viven del monte no todo son empresas dedicadas a la tala. Del
monte viven desde los que cogen las setas para comercializarlas a los que tienen
la casa rural o el restaurante en el pueblo y dependen del paisaje que genera
el bosque para atraer a sus clientes: sin paisaje no hay turistas.
Pongo el
ejemplo del robledal pero podemos cambiar el escenario natural a otro
cualquiera. Así, en estos días han empezado a surgir delicadas propuestas que
pasan por la privatización de la naturaleza. Tenemos el caso de la Reserva
Natural de las Hoces del Cabriel que tanto dolor de cabeza dieron a José Bono y
Borrel en su momento. Pues bien la reserva mencionada está siendo en la
actualidad reorientada a su uso como
coto de caza. También está el caso de Baleares, donde se avanza sin demora en
la privatización de la gestión de los espacios naturales. Habrá quien reflexione y llegue a la
conclusión que de alguna manera habrá que mantener la conservación. Está en lo
cierto pero habrá que hacerlo conforme a la ley y a los criterios que marca la
Unión Europea. Recuerdo que los fondos que recibimos por ejemplo para la PAC,
dependen de que cumplamos con la legislación ambiental vigente donde se
encuentran los espacios naturales de la Red Natura 2000. No podemos jugar a las
siete y media con las reglas de cinquillo.
Así que nos
enfrentamos a esta nueva situación donde es muy peligroso ponerle precio a las
especies de la flora y la fauna, aunque desde el punto de vista cinegético o de
la arboricultura hace tiempo que está cifrado. Lo resbaladizo pueden ser
situaciones como el robledal de La Genestosa en el Rebollar, donde robles centenarios
son vendidos a 10 euros el ejemplar. Se tala un monte que tarda cien años en
verse maduro, para venderlo por menos de 1.500 euros, según los datos de las
ONGs que han conseguido parar cautelarmente la tala. Valen más los kilos de
setas que sacarán de él las gentes del pueblo en los próximos años.
No sé que
pensarán ustedes, pero ¿venderían un roble centenario de su familia por 10
euros?