Mientras
escribo estas líneas una tromba de luz y calor entra por la ventana. Este sol
de invierno es terapéutico, como los paseos balsámicos por los pinares. En el
campo esta sensación se mezcla con sus olores y sonidos, produciendo una agradable
sedación que atempera cualquier conato de ansiedad. Esta luz acalorada sienta
bien no sólo a los humanos, también gozan de ella de manera manifiesta las
aves.
En estos días
de asueto navideño ha habido nieblas y fríos, que restan vivacidad a los
paisajes. Pero han bastado unos rayos vertidos sobre las mañanas tardías, para
que la desnudez de las riberas den a luz trinos y gorjeos. Las emplumadas notan
con celeridad estos cambios de temperatura y responden como si se alegrarán. En
seguida, a poco que uno pegue la oreja, empieza a escuchar carboneros y
herrerillos, que andan picoteando entre las yemas de los árboles. De inmediato
están ahí los petirrojos, descarados y armónicos, que se encaraman en cualquier
rama para verte mejor. No faltarán los pinzones en unirse al coro o los
ruiseñores bastardos, que repetirán sus estribillos hasta introducirlos en tu
ADN.

Y aunque nos parezca difícil también hay floraciones. Ahí tenemos ya a las verónicas, tímidas de azul que apenas levantan del suelo. O los alisos, que ya andan soltando el polen sin miedo a los fríos. Incluso algún sauce adelantado muestra sus austeras flores sin envidiar los blancos y amarillos de los jaramagos.

Pues
esto es lo que espero de este año, que
nos sigamos abriendo camino a pesar de los pesares. Que sigan brotando las
semillas para acogernos en sus verdores. Que no dejen de llenar partituras las
aves canoras a fin de alegrarnos el día a día. Que las arboledas abracen
nuestros paseos, o que el río siga riéndose en las pesqueras.
Y en medio de
tan bucólicos deseos, demando algunos más humanos: trabajo para el que no lo
tenga y salud para todos, que buen falta nos va a hacer. Completando el bolero,
ese que nos cuenta que tres cosas hay en la vida…, les hago una invitación: quiéranse un poco
todos los días y paseen con aquellos a los que quieren por los parques de la
ciudad o los campos de su pueblo. Esos momentos son suyos y son necesarios. Lo
demás es ruido o silencio.
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