jueves, 8 de marzo de 2012

Guiños de lluvia sobre la dehesa



            A penas han sido unos minutos de alegría: el cielo se encapota, empieza a drenar sus estimadas gotas, pero se queda en un misérrimo conato de aguacero, una declaración de principios no vinculantes (como las Cumbres Internacionales del Clima).Y así acumulamos semanas hasta batir el triste record del registro meteorológico en España del año cuarenta y cinco. Desglosar las consecuencias de esta sequía nos hace partícipes de la omnipresencia vital del agua en todos los ciclos ecológicos y económicos.

Estos días, visitando una repoblación con encinas, me topé con un ganadero que iba cargado con un par de alpacas de las de cuatrocientos kilos. Se bajó del tractor y lo primero que me dijo fue algo así como: ¡No sé qué vamos a comer este año! Utilizó la primera persona del plural para referirse tanto a su familia como a sus vacas, aunque no sé decirles la prioridad, pues unos y otras son parte intrínseca de su vida. Llevaba el menú del día a sus limusinas y charolesas, pues el pasto que se atrincheraba en el suelo era ralo e insuficiente. No pude por menos que acordarme de las moruchas que había estado fotografiando hacía unos días en Castro Enríquez, las cuales tiraban de diente sacando lo que podían de la dehesa… ¡Lo que hacer ser una variedad autóctona! En estos tiempos de vacas flacas, en el sentido literal y metafórico, la naturaleza saca a la luz los principios de Darwin, quien pronosticaba el éxito evolutivo de los mejor adaptados.
Y es que la ausencia de agua tiene parados y alterados todos esos sucesos estacionales que llamamos fenología. El paisaje tiene aspecto de agosto y las aves no saben ni dónde picar. Las golondrinas llegaron hace dos semanas a Barcelona, un morito, ave marismeñas, aparece por Almenara y algunas plantas florecen sin saber a que atenerse. ¡Esto es un sin dios!… como que diría José Sazatornil en su papel de Guardia Civil, cuando el sol sale por el oeste en Amanece que no es poco.


aprisco encina fundacion tormes raul de tapia.JPGMirando la austeridad de las encinas, que viven en el límite de las necesidades de agua como árbol mediterráneo, entiendo cómo ha llegado hasta nuestros días este patrimonio mitad humano y mitad silvestre. Las dehesas daban en el pasado lo justo para mal vivir a las familias que las trabajaban y lo exacto para bien vivir a aquellos que las poseían.  El arado y el destral, la morucha y el cisco, la montanera y el sudor, eran las incógnitas de una ecuación que ahora tratamos de reformular. Varios siglos de aprovechamiento austero que se han tratado de actualizar desde los años cincuenta y que no dan el resultado esperado.

Repensar la dehesa. Esa es la fase en que se encuentran a día de hoy técnicos, trabajadores y dueños. Desde la Asociación de Propietarios Forestales de Salamanca (ASFOSA) se esta trabajando en abrir alternativas que conserven la explotación económica y la funcionalidad ecológica de este ecosistema. Durante la semana pasada técnicos venidos de Croacia, Córcega, Túnez o Francia  han conocido este escenario y sus patrones de aprovechamiento. En viaje relámpago, vieron desde el porcino de Guijuelo a los carboneros del siglo XXI, convertidos en empresarios de las calderas de biomasa. Sin dejar de lado el ángulo castizo de este prisma: la lidia. En Valdelosa, a mayores de la saca del corcho, se hizo una parada en la finca del rejoneador Sergio Galán. Un tipismo henchido de arte y cultura que conserva especies singulares, dando trabajo a tanta gente que debe hacer meditar a quien se opone a las corridas, aunque haya que mucho que hablar sobre ello. Este bosque modelo que es la dehesa, debe mirar al futuro, pero sin olvidar el pasado que la ha engendrado.

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