lunes, 12 de marzo de 2012

Hosteleros y bicicletas


Soy un charro convencido, nacido y pacido entre la provincia y la capital. Saboreo cada paseo por la calle Compañía o las caminatas por dehesas y rebollares. Por ello, en muchas ocasiones, pienso en el efecto que les debe producir a los turistas el primer encuentro con Salamanca.   Inaugurar el descubrimiento de la Plaza o encontrarse con la fachada del Edificio Antiguo de la Universidad; sentarse en las escaleras de Anaya frente a las catedrales o arrinconarse en el Patio Chico. De igual modo imagino la primera cita con una encina centenaria y contorsionista o asomar la mirada, sin haberlo hecho nunca, a los Arribes del Duero. Este ejercicio de elucubración me provoca cierta envidia con respecto a estos visitantes, pues tan sólo un temporal ataque de amnesia recrearía este deseo de redescubrimiento.

Pero hace algún tiempo hallé un sucedáneo de esta sensación buscada. La apertura del carril bici por la ribera me permitió ver la capital con otros ojos. La mixtura del ritmo ciclista con cuencas visuales desconocidas, me dieron otro perfil de nuestras cumbres monumentales. Y esta fascinación es la que van a sentir aquellos que se acerquen a la ciudad, si así lo desean. El Programa Sal en Bici, donde el ayuntamiento y la Asociación de Empresarios de Hostelería se han puesto de acuerdo para llevar el patrimonio de la ciudad a los visitantes, a través del pedaleo, es una apuesta necesaria. Esta experiencia aportará un enriquecimiento a turistas principiantes y avanzados.

No quiero perder la oportunidad de reiterar las cifras que indican la buena acogida del servicio de alquiler de bicis. Superar los mil usuarios e ir más allá de los treinta y cuatro mil usos durante el año pasado es un indicador de su exitosa aceptación.  A este pequeño triunfo hay que unir el ruido que se ha restado a la ciudad y las toneladas de CO2 que no se han vertido en todos esos desplazamientos. A ello sumamos el hecho de que las dos ruedas generan más convivencia con los peatones y esto se deja ver en los paseos por la ribera. Lástima que sigamos teniendo al Tormes, patrimonio natural, en un constante agravio comparativo con respecto al patrimonio monumental. Me refiero a ese mantillo permanente de bolsas, botellas y plásticos varios con el que lo engalanan aquellos que encima lo disfrutan.

Que el río necesita una mirada atenta y un cambio de rumbo está claro. Combinar las acciones de voluntariado en la limpieza de las riberas,  con una fuerte y estratégica campaña de educación ambiental – o de sensatez - será la única solución a las miradas atónitas de los turistas, cuando bajan al puente romano y ven ese despropósito de residuos. Alfonso Mañueco, nuestro alcalde, me confesó hace unos días que se había llevado una decepción paseando por esta zona al ver su desconcertante estado y manifestó su empeño en cambiar esta realidad.

Teniendo en cuenta que este cauce no sufre casi ningún tipo de contaminación, la respuesta está vinculada al comportamiento de los ciudadanos. La responsabilidad que ejercen con respecto al estado del río las gentes de Cuida a tu Madre, o mis compañeros del Colectivo Bellotero, retirando lo que le sobra a este paisaje de ribera, será siempre insuficiente si no se produce un cambio de actitud. Donde hay que poner remedio es en el origen y no sólo en el destino. Les invito a que aporten soluciones en el blog que cierra la columna: Pensar y acometer entre todos las soluciones también ayudará a la industria del turismo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si se sabe que alguien quema vegetación de las orillas, ¿se puede denunciar de alguna manera? Me parece una acción agresiva, aunque no lo sea tanto como un vertido que contamine las aguas...