La semana pasada
fueron halladas en un coto de caza menor, en Ciudad Real, 6 águilas imperiales
muertas. Este hecho es llamativo no sólo por la cifra, sino por la identidad de
la especie y el lugar donde fueron encontradas. La imperial, como normalmente se
la nombra en el gremio, es una de las aves más amenazadas del mundo. Ello
quiere decir que su población está constituida por un reducido número de ejemplares
(400), lo cual implica que la muerte de media docena de individuos es un
impacto severo sobre su pervivencia. Si este hecho se hubiera producido por
causas naturales o, al menos, no intencionadas la lectura de la noticia sería
otra. Me explico, evidentemente la información sería desafortunada pero dándose
la circunstancia de que la causa de la
muerte ha sido un veneno prohibido desde 2003, los hechos no pueden ser más
desafortunados.
Un coto de caza
menor es un lugar vergonzante para que aparezca fauna envenenada, pues
desacredita a los propietarios y usuarios de los escenarios de caza bien
gestionados. La caza puede gustar o no, pero es incontestable que es legal y
genera numerosos puestos de trabajo directos e indirectos. Pero su condición de
legal le obliga al cumplimiento de la normativa a todo el que la procese. Y
recordemos que es delito tanto su violación como el encubrimiento del que lo
hace. Dentro de esta batalla por la legalidad, ASPROCA, la asociación nacional
de cazadores, ha denunciado a un coto privado por la mortandad, de nuevo, de
fauna silvestre envenenada. Es la primera vez que una entidad que agrupa a este
colectivo se persona como denunciante, lo cual no puede por menos que
alegrarnos a todos los que disfrutamos de una u otra manera de la naturaleza.
Pero volviendo a
las imperiales muertes, me permito recordar la gran cantidad de fondos
europeos, nacionales y privados que se han destinado y se siguen destinando a
su conservación. Eso significa, nos parezca adecuado o no, que si dividimos los
euros invertidos en estos programas por el número de individuos que existen, la
muerte intencionada de tal cifra es un grave atentado contra el patrimonio
estatal. No me extralimito en esta afirmación, pues también es otra verdad
incontestable que las especies bandera de nuestros paisajes generan directa e
indirectamente numerosos puestos de trabajo. Existe un amplio público de
turistas españoles y europeos que recorren los ecosistemas que albergan estas
especies, dejando ingresos en casas rurales, bares, restaurantes y tiendas del
lugar. También es alto el número de técnicos y guardas que trabajan a pie de
obra siguiendo estos representantes de nuestra fauna. La mayoría viven en los
pueblos del entorno, aportando población a los mismos con sus familias, lo cual
es fundamental en esta sangría demográfica del medio rural.
Sólo
son unas líneas para provocar la reflexión entre los que practican esta
afición. Creo que este patrimonio común se merece por lo menos el respeto que
marca la ley. Y más allá de todo ello, estos valores vivos nos aportan a una
gran parte de la población un disfrute gratuito y sano. Les dejo, con esta
intención, la imagen que me envía mi amigo Javier Santano, un buen fotógrafo
que presume con razón de ser de La Fregeneda. El personaje enfocado es un
morito. Ha aparecido estos días entre los prados de Almenara y Pino de Tormes;
no sería llamativa esta aparición si no fuera porque ahora debería estar en
Doñana, pasando el invierno en esta marisma u otra semejante. Un despistado que
ha elegido nuestros pagos para exhibirse ante quien, con cautela, quiera
acercarse a observarle. Que le sea leve el clima charro.
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