martes, 24 de enero de 2012

Nueva columna El Adelanto: Veneno en el campo


La semana pasada fueron halladas en un coto de caza menor, en Ciudad Real, 6 águilas imperiales muertas. Este hecho es llamativo no sólo por la cifra, sino por la identidad de la especie y el lugar donde fueron encontradas. La imperial, como normalmente se la nombra en el gremio, es una de las aves más amenazadas del mundo. Ello quiere decir que su población está constituida por un reducido número de ejemplares (400), lo cual implica que la muerte de media docena de individuos es un impacto severo sobre su pervivencia. Si este hecho se hubiera producido por causas naturales o, al menos, no intencionadas la lectura de la noticia sería otra. Me explico, evidentemente la información sería desafortunada pero dándose la  circunstancia de que la causa de la muerte ha sido un veneno prohibido desde 2003, los hechos no pueden ser más desafortunados.

Un coto de caza menor es un lugar vergonzante para que aparezca fauna envenenada, pues desacredita a los propietarios y usuarios de los escenarios de caza bien gestionados. La caza puede gustar o no, pero es incontestable que es legal y genera numerosos puestos de trabajo directos e indirectos. Pero su condición de legal le obliga al cumplimiento de la normativa a todo el que la procese. Y recordemos que es delito tanto su violación como el encubrimiento del que lo hace. Dentro de esta batalla por la legalidad, ASPROCA, la asociación nacional de cazadores, ha denunciado a un coto privado por la mortandad, de nuevo, de fauna silvestre envenenada. Es la primera vez que una entidad que agrupa a este colectivo se persona como denunciante, lo cual no puede por menos que alegrarnos a todos los que disfrutamos de una u otra manera de la naturaleza.

Pero volviendo a las imperiales muertes, me permito recordar la gran cantidad de fondos europeos, nacionales y privados que se han destinado y se siguen destinando a su conservación. Eso significa, nos parezca adecuado o no, que si dividimos los euros invertidos en estos programas por el número de individuos que existen, la muerte intencionada de tal cifra es un grave atentado contra el patrimonio estatal. No me extralimito en esta afirmación, pues también es otra verdad incontestable que las especies bandera de nuestros paisajes generan directa e indirectamente numerosos puestos de trabajo. Existe un amplio público de turistas españoles y europeos que recorren los ecosistemas que albergan estas especies, dejando ingresos en casas rurales, bares, restaurantes y tiendas del lugar. También es alto el número de técnicos y guardas que trabajan a pie de obra siguiendo estos representantes de nuestra fauna. La mayoría viven en los pueblos del entorno, aportando población a los mismos con sus familias, lo cual es fundamental en esta sangría demográfica del medio rural.


            Sólo son unas líneas para provocar la reflexión entre los que practican esta afición. Creo que este patrimonio común se merece por lo menos el respeto que marca la ley. Y más allá de todo ello, estos valores vivos nos aportan a una gran parte de la población un disfrute gratuito y sano. Les dejo, con esta intención, la imagen que me envía mi amigo Javier Santano, un buen fotógrafo que presume con razón de ser de La Fregeneda. El personaje enfocado es un morito. Ha aparecido estos días entre los prados de Almenara y Pino de Tormes; no sería llamativa esta aparición si no fuera porque ahora debería estar en Doñana, pasando el invierno en esta marisma u otra semejante. Un despistado que ha elegido nuestros pagos para exhibirse ante quien, con cautela, quiera acercarse a observarle. Que le sea leve el clima charro.

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