jueves, 26 de enero de 2012

Reflexiones en el Día Mundial de la Educación Ambiental


Huérfanos de paisaje o el déficit de altruismo


Decía Don Miguel de Unamuno que sus conciudadanos estaban huérfanos de paisaje. Ya a principios del siglo XX, las gentes de las urbes iban perdiendo el contacto con los escenarios naturales. Olvidaban el pasado propio y paterno bendiciendo las bondades de la ciudad. Don Miguel mencionaba que uno de los problemas que sufrían estas personas era el estar “despaisajados”. Tremendo vocablo por lo que encierra en su significado y que refleja una realidad de la sociedad actual. En dos generaciones se han perdido los referentes del campo y cada vez son más numerosos los niños, jóvenes y adultos que no tienen, ni van a tener, un paisaje rural que rememorar según pasen los años.



Puede parecer una pérdida anecdótica, pero ya hay demasiados autores que plantean la necesidad e importancia de las experiencias vitales que se adquieren en el campo o en el monte. La mayoría que acudimos a una publicación como esta a abrevar intelectualmente, tendremos el cerebro macerado de pateadas por el monte, de bocadillos en el alto de una loma o de un buen baño en el lago o río de turno. También será fácil evocar aquella noche que dormirnos ensimismados con el fuego en un refugio o ese día en que supinos lo que significaba contemplar un paisaje.  Aquí es donde reside el sentimiento unamuniano de la Naturaleza. Cuando ese sentimiento no se produce ni se comparte se inicia la cadena de los conflictos ambientales.

Curiosamente el marzo pasado, en unas jornadas entorno al voluntariado ambiental organizado por ADENEX, Fátima Matos, Presidenta de la Asociación Portuguesa de Educación Ambiental, utilizó una expresión para definir una no tan imaginaria patología de los escolares actuales: decía que sufrían déficit de Naturaleza. Al oír esta expresión me vino un flujo neuronal con las palabras del escritor vasco. Y es que ambas expresiones y pensamientos están hermanados.

Los jóvenes actuales, que residen en ciudades y poblaciones de cierta entidad, están sufriendo un globalización mediática que presenta sus evidentes virtudes pero con taras asociadas. Frente a ese gran Aleph holístico que es Internet con todas sus potencialidades, la diversidad de lo vivo y espontáneo es una realidad que se les escapa de los límites físicos de los bites de información o los gigas de memoria. Si a ello sumamos esa otra virtualidad incontestable que es la televisión, tenemos un escenario de referentes socio - ambientales poco rico. Como es lógico generalizo en estas palabras y es un pecado fácil de cometer, pero porcentualmente es una verdad sencilla.
Este hecho provoca una seria dificultad a la hora de plantear cualquier proceso educativo en lo ambiental. Y como todo hecho educativo debe provocar un cambio, empezamos a introducirnos en un círculo vicioso que trataré de esbozar en unas palabras.

Si los infantes y jóvenes actuales no tienen referentes paisajísticos en sus vivencias, y sus familiares no les facilitan dichas experiencias, difícilmente tendrán un provocación emocional que les fidelice con la naturaleza. Si no están fidelizados, no poseerán dentro de su marco intelectual y afectivo valores que les lleven a desarrollar conductas pro – ambientales. Si además en su familia y entorno estas circunstancias tampoco se generan, la labor de los educadores y de las políticas ambientales se despeñará por los barrancos de la más absoluta indiferencia.



Y aquí estamos, con una necesidad perentoria de cambiar de conductas para que varíen las circunstancias. Así la expresión más conocida de Ortega y Gasset: «Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo» nos coloca en el lugar al que iba destinada esta reflexión. Si la Biosfera es mi circunstancia y no la salvo, yo tampoco me salvo. El déficit de naturaleza lleva a un déficit de altruismo. Y no hay nada más altruista que los comportamientos a favor de la Biosfera y sus sistemas vitales.

Cualquier persona que deposita un vidrio en el contenedor oportuno está cometiendo un acto voluntario sin otra recompensa que la de saberse cómplice de esta tarea común para la mejora de nuestros entornos. Por el contrario, las personas que se escudan en el “yo no reciclo porque no lo hace nadie o porque nadie me paga por ello” son, como se suele decir, parte del problema no de la solución.

Por todo ello me cuesta entender las palabras pronunciadas recientemente por Eduard Punset en Salamanca sobre el incremento del altruismo basado en una publicación de Steven Pinker. Por lo menos, en lo referente a la conservación de la Biodiversidad y todo lo que entraña a su alrededor, las deficiencias ciudadanas y políticas son más que evidentes.

Llegados a este punto, soy de las personas que pienso que salir al campo a solazarnos y aprender nos hace más humanos y mejores personas (hay otras formas, pero hablo desde la experiencia propia). Básicamente porque una vez que estás contaminado por el Sentimiento de la Naturaleza al que apelaba al principio, te apetece compartirlo, pues disfrutarlo en soledad resta interés.  Seguramente, cuando muchos de nosotros hemos gozado de la contemplación del vuelo de un martín pescador o nos hemos solazado ante una árbol centenario, una catedral viva, hemos pensado en querer que otros disfrutaran de ese momento. Pues cuando ha ocurrido ese pensamiento ya empezamos a ejercer el altruismo ambiental.



Termino recetando más naturaleza para ganar en altruismo, y cierro con unas palabras, de nuevo, del antiguo rector de la Universidad de Salamanca para dejaros el cerebro rumiando con fruición:

Pocos sentimientos hay que procuren al hombre mayor consuelo en sus penas, más descanso en sus trabajos, más calma en medio de las luchas por la vida y más serenidad para el ánimo que el sentimiento de la Naturaleza. Cuando se posee éste con alguna viveza, la contemplación del campo es el más grande sedativo para las enfermedades del espíritu. Aspirando paisaje se goza de uno de los mayores placeres de la vida.

Miguel de Unamuno.1897

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