Huérfanos
de paisaje o el déficit de altruismo
Decía Don Miguel de Unamuno que sus conciudadanos
estaban huérfanos de paisaje. Ya a principios del siglo XX, las gentes de las
urbes iban perdiendo el contacto con los escenarios naturales. Olvidaban el pasado
propio y paterno bendiciendo las bondades de la ciudad. Don Miguel mencionaba
que uno de los problemas que sufrían estas personas era el estar
“despaisajados”. Tremendo vocablo por lo que encierra en su significado y que
refleja una realidad de la sociedad actual. En dos generaciones se han perdido
los referentes del campo y cada vez son más numerosos los niños, jóvenes y
adultos que no tienen, ni van a tener, un paisaje rural que rememorar según
pasen los años.
Puede parecer una pérdida anecdótica, pero ya hay
demasiados autores que plantean la necesidad e importancia de las experiencias
vitales que se adquieren en el campo o en el monte. La mayoría que acudimos a
una publicación como esta a abrevar intelectualmente, tendremos el cerebro
macerado de pateadas por el monte, de bocadillos en el alto de una loma o de un
buen baño en el lago o río de turno. También será fácil evocar aquella noche
que dormirnos ensimismados con el fuego en un refugio o ese día en que supinos
lo que significaba contemplar un paisaje.
Aquí es donde reside el sentimiento unamuniano de la Naturaleza. Cuando
ese sentimiento no se produce ni se comparte se inicia la cadena de los
conflictos ambientales.
Curiosamente
el marzo pasado, en unas jornadas entorno al voluntariado ambiental organizado
por ADENEX, Fátima Matos, Presidenta de la Asociación Portuguesa de Educación
Ambiental, utilizó una expresión para definir una no tan imaginaria patología
de los escolares actuales: decía que sufrían déficit de Naturaleza. Al oír esta
expresión me vino un flujo neuronal con las palabras del escritor vasco. Y es
que ambas expresiones y pensamientos están hermanados.
Los jóvenes actuales, que residen en ciudades y
poblaciones de cierta entidad, están sufriendo un globalización mediática que
presenta sus evidentes virtudes pero con taras asociadas. Frente a ese gran
Aleph holístico que es Internet con todas sus potencialidades, la diversidad de
lo vivo y espontáneo es una realidad que se les escapa de los límites físicos
de los bites de información o los gigas de memoria. Si a ello sumamos esa otra
virtualidad incontestable que es la televisión, tenemos un escenario de
referentes socio - ambientales poco rico. Como es lógico generalizo en estas
palabras y es un pecado fácil de cometer, pero porcentualmente es una verdad
sencilla.
Este
hecho provoca una seria dificultad a la hora de plantear cualquier proceso
educativo en lo ambiental. Y como todo hecho educativo debe provocar un cambio,
empezamos a introducirnos en un círculo vicioso que trataré de esbozar en unas
palabras.
Si los infantes y jóvenes actuales no tienen
referentes paisajísticos en sus vivencias, y sus familiares no les facilitan
dichas experiencias, difícilmente tendrán un provocación emocional que les
fidelice con la naturaleza. Si no están fidelizados, no poseerán dentro de su
marco intelectual y afectivo valores que les lleven a desarrollar conductas pro
– ambientales. Si además en su familia y entorno estas circunstancias tampoco
se generan, la labor de los educadores y de las políticas ambientales se
despeñará por los barrancos de la más absoluta indiferencia.
Y aquí estamos, con una necesidad perentoria de
cambiar de conductas para que varíen las circunstancias. Así la expresión más
conocida de Ortega y Gasset: «Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a
ella no me salvo yo» nos coloca en el lugar al que iba destinada esta
reflexión. Si la Biosfera es mi circunstancia y no la salvo, yo tampoco me
salvo. El déficit de naturaleza lleva a un déficit de altruismo. Y no hay nada más
altruista que los comportamientos a favor de la Biosfera y sus sistemas
vitales.
Cualquier persona que deposita un vidrio en el
contenedor oportuno está cometiendo un acto voluntario sin otra recompensa que
la de saberse cómplice de esta tarea común para la mejora de nuestros entornos.
Por el contrario, las personas que se escudan en el “yo no reciclo porque no lo
hace nadie o porque nadie me paga por ello” son, como se suele decir, parte del
problema no de la solución.
Por todo ello me cuesta entender las palabras
pronunciadas recientemente por Eduard Punset en Salamanca sobre el incremento
del altruismo basado en una publicación de Steven Pinker. Por lo menos, en lo
referente a la conservación de la Biodiversidad y todo lo que entraña a su
alrededor, las deficiencias ciudadanas y políticas son más que evidentes.
Llegados a este punto, soy de las personas que
pienso que salir al campo a solazarnos y aprender nos hace más humanos y
mejores personas (hay otras formas, pero hablo desde la experiencia propia).
Básicamente porque una vez que estás contaminado por el Sentimiento de la
Naturaleza al que apelaba al principio, te apetece compartirlo, pues
disfrutarlo en soledad resta interés.
Seguramente, cuando muchos de nosotros hemos gozado de la contemplación
del vuelo de un martín pescador o nos hemos solazado ante una árbol centenario, una catedral viva, hemos pensado en
querer que otros disfrutaran de ese momento. Pues cuando ha ocurrido ese
pensamiento ya empezamos a ejercer el altruismo ambiental.
Termino recetando más naturaleza para ganar en
altruismo, y cierro con unas palabras, de nuevo, del antiguo rector de la
Universidad de Salamanca para dejaros el cerebro rumiando con fruición:
Pocos sentimientos hay que procuren
al hombre mayor consuelo en sus penas, más descanso en sus trabajos, más calma
en medio de las luchas por la vida y más serenidad para el ánimo que el
sentimiento de la Naturaleza. Cuando se posee éste con alguna viveza, la
contemplación del campo es el más grande sedativo para las enfermedades del
espíritu. Aspirando paisaje se goza de uno de los mayores placeres de la vida.
Miguel de Unamuno.1897
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