Pronto vendrán las heladas y las
hortalizas de verano darán paso a las del otoño e invierno. La primera helada
que venga se llevará por delante gran parte de las plantas de las que nos hemos
alimentado en el estío, con lo que habrá que quitar a manos llenas tomates
verdes y maduros, pimientos, calabacines y demás viandas. Cuando esto ocurra
habrá que embotar para que no se pierda lo trabajado, y muchos conocemos poco
de este campo de las conservas.

Siempre he repetido las mismas
fórmulas que no son muy creativas, así que este fin de semana he tratado de
poner remedio al poco conocimiento que tenía del mundo de las conservas. De la
mano de Salomé Casado y Julián Pérez, dos profesionales del
Centro Zahoz de Cepeda dedicado a la etnobotánica y conservación de
agrodiversidad, hemos aprendido las distintas técnicas de la conservación
elaborando más de quince recetas. Y digo hemos, porque estábamos catorce
hortelanos motivados como alumnos en el Alberge de Endrinal, llevado por los
amigos de Balata. La verdad que hemos salido más motivados aún de lo que
veníamos con este mundillo. Les podré el estómago a rugir con algunas de las
combinaciones: mermelada de calabaza y almendras, dulce de pimientos, paté de
berenjena, chutney de manzana, cabello de ángel…En fin, una provocación para
las almas creativas en la cocina y una solución rentable para comer hortalizas
en los meses fríos, cuando los huertos están produciendo otras verduras.
Esta costumbre, bastante olvidada
de saber conservar para aprovechar el resto del año, se ha perdido en gran
parte y son ya pocas las personas que lo hace en los pueblos. Antes no es que
fuera lógico hacerlas sino que era necesario, pues formaba parte de las
estrategias económicas para subsistir con pocos medios y comer sano, no lo
olvidemos. Pero ahora todo lo compramos hecho y la calidad no es comparable.
Aunque de nuevo la endemoniada crisis nos va a actualizar estas tradicionales
maneras de hacer. Recuperar los huertos y el procesado de sus frutos ya lo
están poniendo en práctica ayuntamientos como Monterrubio de la Armuña y Santa
Marta, con agradecida aceptación de sus vecinos; o el Banco de Huertos de
Sierra de Francia y Sierra de Béjar de la Asociación de Agricultura de Montaña,
que presta terrenos a quien necesite cultivarlos, cedidos por quien no los
aprovecha.
No puedo pues por menos que
alegrarme de la propuesta de Carbajosa
de la Sagrada de poner en funcionamiento 75 huertos para dar apoyo a las
familias en situaciones más débiles. Es una acción necesaria donde se mezcla la
ayuda en la economía diaria y la alimentación sana. Y más sana y económica será
aún para quien cultive en ecológico, no teniendo que comprar químicos
sintetizados de manera artificial, que lo que solucionan por un lado lo
fastidian por otro. Mis más sinceras felicitaciones a los proponentes y ánimo a
los futuros hortelanos.
No quiero concluir sin un breve comentario.
En los últimos años, cuando he participado en coloquios o charlas en relación a
la cultura ambiental, muchos de los que trasmitíamos nuestros conocimientos
hemos vaticinado que el modelo de sociedad de consumo y deuda en el que
vivíamos tenía el camino corto. Cuando en dichas sesiones comentábamos que
llegaría el día en que los huertos familiares se podrían de nuevo en uso, los
comentarios de parte de los asistentes han ido de la mofa a la descalificación.
Pues bien, la crisis que nos atropella
nos ha dado por desgracia la razón, y creo que esta época de las consecuencias en las que vivimos nos depara más retornos
a los usos de los abuelos. Tiempo al tiempo.
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