No creo que exagere con el titular de
la columna, al menos según mi experiencia. Si hace bien poco hablaba de huertos
y ruiseñores, hoy no me queda otra que mentar la nieve y el granizo. El otro
día, viernes para ser preciso, me acerqué hasta el huerto a disfrutar del
verdor de lechugas y acelgas. Mañana soleada y sol alumbrando los cerros. Pero
la tarde se torció y de qué manera. En poco rato se nubló y granizó como si no
hubiera hecho otra cosa el cielo en su vida, pero con claros luminosos que me
intrigaron en la búsqueda de un arco iris que no vi. Llovió que corrían los
regatos con urgencia y paró al rato, pero con una descarga desproporcionada.
Pero no queda ahí la cosa. El sábado
en la noche se puso a nevar, y no con moderación, pues a los veinte minutos
cubrió coches y tejados. Yo pensaba de
nuevo en el huerto, en los puerros, en las cebollas y en los pobres tomates.
Miraba al cielo oscuro con un grado de sorpresa, que mis neuronas creo se
negaban a creer lo que veían. Pero claro no sólo era el huerto, es que estaban
todos los frutales en flor, y andaba ya encomendándome a los santos para que
librara los manzanos y perales que ya reciben abejas y abejarucos.
Pero es que el lunes volvió a
blanquear las calles en la mañana y mi
hija me decía que no entendía nada, que en Navidades hizo bueno y en primavera
anda nevando… que si era normal me preguntaba a sus ocho años. Pues le dije la verdad, que no era habitual,
pero ya no sé si acerté o mentí, pues en los últimos años lo anormal se
convierte en norma. Y como habíamos estado estos días escuchando a los
ruiseñores y yo le digo que vienen de África, también me preguntó por ellos… que
si les sentaría bien este frío. Pues
bien lo que se dice bien, no.
También preguntó por las mentadas abejas
y abejarucos, y por los huevos que incuban cigüeñas y milanos negros. A partir
de aquí empezó el inventario de todo lo que conoce, que si las verónicas y las
violetas, los saltamontes y los grillos. Porque le gusta perseguir a unos y a
otros aunque luego los suelte, pues así se le ha educado. Claro, preguntó por
el carricero tordal, que castañea siguiendo la tradición, y por los moscones
que urden ya sus nidos. Me contagió su inquietud y empecé yo también a pasar
lista por la fauna y flora que nos rodea.
Reflexionando me di cuenta que en
una semana, siete días, he sudado pateando bajo el sol, se me ha enrojado la
cara entre los berrocales del Tormes, he regado los plantones de fresnos y
alisos porque pedían agua, he blasfemado por los granizos y las nieves, ha
hecho bajo cero, de nuevo los caminos y tierras se han anegado… Vamos, que he estado a punto de volver a
comer la uvas, porque ya puestos.
De todas formas, como me decía una
paisano, lo duro que deben ser los bichos y las plantas para pasar de dos
grados bajo cero a los veinticinco bien andados. Todo en una semana y sin
ponerse abrigos ni protector solar. Pues nada, como decía aquella película de
los 80, Los dioses deber estar locos.
1 comentario:
Qué bonito resumen de la semana. Si, cierto, los Dioses están locos y asombrosa la capacidad de adaptación de algunas especies. Un saludo.
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